Tensión a bordo, los hombres a medio vestir en cubierta preparados para aflojar frenos y largar el aparejo -un aparejo que vale millones cargado de pescado que también vale un dinero-, ojeadas nerviosas de los marineros y blasfemias del patrón, que procura calcular con la mayor sangre fría y su entrenado ojo marinero.
Esos arrogantes suicidas de los mares

