Marsá el Brega

El Mistral carga sus bodegas en el puerto de Marsá el Brega al atardecer.

A bordo del Mistral, cruzando el Golfo de Sirte. A 31 de octubre del 2012. Miércoles. Corre la tarde, calurosa, de este último día de octubre. Largamos amarras de Misurata anoche y cruzamos el Golfo de Sirte en demanda de Marsá el Brega, pequeño puerto en lo más profundo del golfo libio. Recalaremos, si Dios quiere, cerca de la medianoche de hoy.

Una charla en toldilla

Los muelles de Mişrātah recobran la actividad.

    Abstraído estaba en mis meditaciones acerca de las virtudes de la suriyah cuando un muchacho libio subió por la pasarela y me abordó tímidamente, con sonrisa amigable. Era un rapaz de unos veintipico años, mirada viva, bigotillo hirsuto y barba larga, al estilo musulmán. (...) Sacó de un bolsillo un viejo Nokia destartalado y me enseñó con mucho secretismo una fotografía, mirando por encima del hombro para comprobar que no había nadie cerca…

La tormenta de arena

La carretera se perdía en la nube de polvo y arena que el Siroco arrastraba del desierto, y que se volvía más y más espesa a medida que me alejaba de los muelles.

No se veía el cielo y el Sol se adivinaba por su resplandor a través de la arena. Todo a mi alrededor era entre parduzco y rojizo. Fue toda una experiencia caminar por el desierto en plena tormenta de arena. Pero ésa -arena- fue toda la experiencia que tuve, pues no veía nada más allá del asfalto que se extendía ante mí y algunas pequeñas edificaciones bajas, ruinosas y dispersas. Arena y más arena. Me acordé de Haddock y Tintín en El cangrejo de las pinzas de oro, vagando por «el país de la sed». La garganta me abrasaba; ¡lo que habría dado por una jarra de vino rosado fresco a la sombra de un parra, en la orilla opuesta del viejo Mediterráneo!

Siroco

Vestigios de la guerra. Agujeros de bala por todas partes.

«El cielo está pardo y todo está lleno de arena en una atmósfera sofocante, turbia y sucia, tanto que oculta el Sol, cuyo contorno por momentos ni siquiera se llega a adivinar. El viento es moderado y muy caliente. El ambiente es sequísimo, abrasador. Reseca los ojos, los labios, la garganta, la nariz. A ratos se hace difícil respirar. Cuando se está al socaire se libra uno del viento arenoso, pero a cambio se padece un calor infernal que no tarda en empaparte en sudor. Sudor al que luego se pega la arena.»

Los muelles de Mişrātah

Un crepúsculo delicioso de colores intenso en un cálido atardecer africano.

Subí al puente alto a disfrutar de la serenidad y el color del momento. El Sol se había puesto ya mucho más allá de nuestra proa, tras un buque portacontenedores de la imtc, entre sus dos grandes puntales de cubierta. El firmamento estaba en Poniente teñido de una amalgama de colores intensos -rojo, rosa, melocotón, violeta, malva-que iban cobrando más intensidad y color.

El pabellón de (des)cortesía

Pabellón de cortesía libio

Los libios seguían profiriendo exclamaciones de furia e indignación, alzando los brazos y girando sobre sí mismos, pateando rabiosamente el suelo, tirándose de las barbas y arrugando sus kufis o taqiyas (gorros). Temí un abordaje en toda regla en cuanto tocáramos tierra.

La patera

Inmigrantes a bordo de una balsa sobrecargada, en pos de las costas españolas.

Ya había amanecido cuando crepitó el aparato de radio VHF y oí al Finnborg llamar a Tarifa Tráfico en el canal 10. Su capitán informaba de que había avistado una balsa de goma con una decena de inmigrantes a bordo. Observé la pantalla del ECDIS -la carta de navegación electrónica-, y localicé al Finnborg en ella. Se encontraba a unas seis millas al sur-surleste de Punta Europa, lejos por nuestra popa.

Los galenos moros

El minarete de la Mezquita de Hasan II, visto desde el jardín del hospital Moulay Youssef.

A bordo del Cabo Cee, en la Mar, en los 34º 50’N 008º 25’W A 4 de marzo del 2012. Domingo.     Navegamos de nuevo el Océano Atlántico -que sigue tranquilo- a rumbo Norte, cuarta al Noroeste; aún no sabemos si vamos a Burela o de nuevo a Setúbal, la naviera nos confirmará el … Continúa leyendo Los galenos moros

La Medina Antigua

(...)     Tras el trámite de aduanas, ya con el pasaporte en regla, salí a estirar las patas por Casablanca. Nada más salir del recinto portuario me abordó un moro sonriente y locuaz, versión marroquí de un relaciones públicas, que debía estar allí permanentemente apostado al acecho de navegantes; ducho en una decena de idiomas, vendía las bondades del Seamans Club, un «auténtico paraíso para el marino», indicándome su dirección. Pero no le presté atención y, cruzando el Boulevard des Almohades, me adentré en la Medina Antigua.

Stat rosa pristina nomine…

A bordo del Cabo Cee, fondeados en la rada de Setúbal. A 20 de febrero del 2012. Lunes.     Estamos fondeados de nuevo en la rada de Setúbal. Tras la comida me tumbé a echar una siesta. El sueño fue profundo. Tras una hora de reposo el despertador me devolvió al mundo al toque de Ganando barlovento. Me estiré y desperecé, mirando al techo y abandonándome un rato a mis pensamientos. El barco estaba inmóvil, anclado en el resguardado estuario.