Miré a popa. Se acercaban unos nubarrones negros como el Abismo surcados por infinidad de relámpagos amarillos y violáceos, que descargaban una cantidad anormal de agua.
La borrasca
Miré a popa. Se acercaban unos nubarrones negros como el Abismo surcados por infinidad de relámpagos amarillos y violáceos, que descargaban una cantidad anormal de agua.
A bordo del Mistral, en la Mar; en los 43º 32’N, 007º 47’E. A 15 de septiembre del 2012. Sábado. Salí de la bodega de carga de bastante mal humor, con moratones, rasguños, la camisa rota y la misión sin cumplir. Me encaramé a la brazola y me senté un rato, los ojos entrecerrados y deslumbrados por la luminosidad de la mañana. Navegábamos ...
En el preciso instante en el que tecleaba el punto y final (cómo adoro los puntos finales -a pesar de que luego raras veces lo son-) el barco escoró pronunciadamente, casi tanto como para alarmarse uno, y con la subsiguiente escora a la banda contraria -no menos pronunciada- un libro se deslizó del anaquel en el que estaba estibado y me cayó en la cabeza. La República de Platón, nada más y nada menos.
A medida que nos alejábamos de la Ponta de Sagres veíamos las inmensas olas que se encrespaban más allá del Cabo San Vicente. La espuma de las olas que rompían contra la costa occidental del cabo saltaba por encima del mismo. Cuando doblamos São Vicente, dejando atrás su resguardo, sentimos el impacto del temporal con toda su fuerza, brutal, aterradora. El marinero se agazapaba tras la caseta, veía su rostro de perfil y parecía aterrorizado; sus labios se movían pero el vendaval impedía oír nada.
Observé sus cubiertas, por donde no hace mucho corrieron marineros y piratas entre gritos y disparos; cubiertas ahora tranquilas en las que antaño se vivieron momentos dramáticos. Nadie lo diría. Cuántas historias extraordinarias, dramáticas o asombrosas se ocultan a menudo tras los rostros impasibles de las personas. De cuántos sucesos insólitos, trágicos o fascinantes, son mudos testigos los barcos (...)
No tengo claro en qué momento de la noche dejé de preocuparme por el último autobús (...) Ni se me ocurrió volver a pensar en ello, ni volví a mirar el reloj hasta horas más tarde cuando, desconcertado, descubrí en el albor del cielo que el Sol estaba próximo a despuntar, al salir de un antro en el que habían volado puños y taburetes poco antes.
(...) Se sentó a mi lado sin mediar más palabras y, tras compartir unos minutos de cómodo silencio, me contó parte de su historia, desde los fríos caladeros de Terranova hasta las exóticas colonias portuguesas del África, las Américas o el lejano Oriente: Macao, Damán, Goa, Mozambique, Santo Tomé, Guinea, Cabo Verde, Timor...
En Setúbal, abril del 2012. La noche resultó asombrosamente corta. Miro atrás, hago memoria y ciertamente sucedieron unas cuantas cosas; las primeras incluso se antojan irrealmente lejanas en el tiempo a pesar de haber transcurrido sólo horas. Al anochecer ayer salté a tierra con dos compañeros...
A bordo del Cabo Cee, en Setúbal. Abril del 2012. Recibimos la orden de levar anclas y procedimos a puerto, atracando en el muelle de Setúbal a media tarde. A eso de las ocho y pico, recién acabados los trámites y papeleos de la llegada a puerto, el capitán y el jefe de máquinas me propusieron salir a dar una vuelta con ellos. «A tomar un vino» fue lo que literalmente dijeron. Y remarcaron. Y realmente parecían convencidos de ello.
A bordo del Cabo Cee, en la Mar, corriendo la costa lusa a rumbo Sur. Abril del 2012. Ayer cargamos por segunda vez en este barco una cubertada (1). Una vez estuvieron las bodegas llenas de troncos de eucalipto se procedió a su cierre y los estibadores depositaron sobre sus tapas unos cuantos … Continúa leyendo La cubertada y la Viriato