Salí de la estación. El día había amanecido nublado y fresco, gris, pero no parecía amenazar lluvia. Pensé en obsequiarme con un chocolate con churros en el Avenida, un café clásico de la ciudad, de los de toda la vida. Atravesé el aparcadero de la estación y descendí la escalinata de piedra hasta la Avenida de Compostela, con sus grandes árboles meciéndose al viento.
La cachicuerna
