Mar adentro

Atardecía en la playa. Era la hora dorada, ese momento mágico en el que la luz parece más intensa e inunda el ambiente con tonalidades cálidas y doradas; un ambiente que permanecía agradablemente templado a pesar de la brisa que agitaba los cabellos, camisas y blusas del grupo de amigos.

Viento en las velas

Nos encontrábamos a levante de la Punta del Bergantín y cuando amaneció nos vimos rodeados por decenas de delfines de obscuros lomos, que nos acompañaron durante un buen trecho.

Resultaba evidente que habían desatendido mi orden de despertarme si el viento aumentaba. Me eché encima el capote y salí de mi camarote, echando un rápido vistazo al pasar a la carta náutica desplegada sobre la mesa, donde mis compañeros habían ido marcando las situaciones cada media hora. Me detuve y retrocedí para una segunda comprobación al advertir que tampoco nos encontrábamos sobre la derrota que yo había trazado para el plan de viaje (...)