La vida sigue igual…

Valencia, a 25 de mayo del 2015. Lunes.

    Es la una de la madrugada del domingo al lunes. Ya hay resultados de las elecciones. Eran municipales y autonómicas, pero para muestra basta un botón.

    Otra vez ganan los de siempre. Cierto que hay dos fuerzas emergentes que acapararon muchos votos -más una tercera aquí, en la Comunidad Valenciana, Compromís-: Podemos por la izquierda, Ciudadanos por el centro. Pero los unos pactarán con la izquierda rancia de siempre, y los otros con la derecha rancia de siempre. Total, nos seguirán gobernando, chuleando y puteando los de siempre. Sobre todo porque el PP ha vuelto a ser mayoría -aunque no absoluta- y el PSOE la segunda fuerza política; excepto en Cataluña y País Vasco, donde los nazionalistas siguen con su negocio.

    Y es que aquí no cambia nada, ni va a cambiar nada de nada. Seguimos y seguiremos en manos de los de siempre.

    Cierro todas las ventanas del navegador de mi Mac, donde seguía los resultados de los escrutinios y las declaraciones de los diferentes líderes políticos, cansado, hastiado, desesperanzado. Me asomo a la balconada del salón a respirar el aire de la noche, una noche templada, mediterránea. Por la cercana Avenida de María Cristina (¡Ah, si la Regente, que tanto se esforzó por conciliar a las dos Españas, a progresistas y moderados -y que acabó teniendo que exiliarse, naturalmente- levantara la cabeza…!) por la avenida, decía, pasan ocasionalmente coches haciendo sonar el claxon, a pesar de la hora tardía; bueno, qué se podría esperar de un pueblo tan maleducado e incívico. Podrían ser de cualquier partido, medito, pues hoy todos han sido triunfadores y los únicos derrotados han sido la sensatez, la decencia y el orgullo. La honradez y la lucidez. El PP y PSOE siguen siendo los más votados, no han fracasado y seguirán mandando. Las fuerzas emergentes también triunfan, exultantes porque se suben al carro del poder y el golferío, del dinero, las prebendas y la influencia. Esta noche todos los sinvergüenzas han triunfado. Y todos sus estólidos borregos los aplauden con entusiasmo.

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    Pasa ya el mediodía y acabo de apagar el Telediario con los ojos anegados en lágrimas. Qué vergüenza. Qué vergüenza. Qué vergüenza.

Sólo se habla de pactos. Grupos de distintos colores y políticas que se juntaran para compartir poder.

    Los he visto con sus sonrisas de suficiencia, llenándose la boca de palabras y derrochando demagogia, y es que son los mismos. Son los de siempre, los que han estado milenios ahí enquistados, ya fuera con falcata al cinto, corona real -o imperial-, púrpura cardenalicio, uniforme militar o corbata fosforescente. Siempre el mismo perro con distinto collar.

    Ahora les toca hacer encaje de bolillos, chuparse -con perdón de la expresión- las pollas -o coños- unos a otros y, en definitiva, subirse al carro del poder. Y para ello no dudarán en pactar con quien sea. Con quien más les convenga. Sin complejos.

    Si es que no les importa el pueblo, ni la ciudad, ni el país. Les importa el poder. Y punto. Y tres mil años de la misma mierda no nos han servido a los españoles para aprender.

    Si es que son todos iguales. Los que se supone iban a renovar y traer el cambio, etcétera, pactarán con los de siempre (que siguen siendo mayoría, ¡hay que ver!) con tal de subirse al tren y tener acceso al dinero público, las prebendas y los privilegios de los cargos públicos. Y aquí no va a cambiar nada. Nada.

    Pactar. El verbo más conjugado en el panorama político español estos días. Y oírlo en boca de esa gentuza da miedo y asco. Porque pactar es negociar. Negociar es dar algo a cambio de algo. O sea, que circularán favores, influencias, sobres y tarjetas VISA con más fluidez de la normal, para estar todos contentos.

    Y además, cuando se «negocia» en estos ámbitos, lo habitual es que el menos poderoso se baje los pantalones o practique la succión. Y así, los minoritarios se tragarán sus programas políticos con tal subirse al tren del poder, olvidándose de las demagogas promesas a sus votantes.

    Me pregunto a cuántos votantes de Podemos les entusiasma pactar con PSOE. A cuántos de Ciudadanos les ilusiona pactar con PP. A ellos les dijeron hace semanas que no iban a pactar con los grandes. Que yo lo oí y me quedé con el asunto, que lo veía venir.

    ¿Pero qué tiene de limpio y honesto pactar con PP, PSOE o quien haga falta con tal de acceder al poder? ¿Qué hay de las políticas que pregonaban? ¿Qué hay de aquellas declaraciones de hace semanas de que ‘jamás pactarían’? Y ahora anuncian con solemnidad que ‘hacer política es sentarse a negociar’.

    Oigo entrevistas la Manuela, ¡y no sabe ni hablar con propiedad! Leo el curriculum de la Ada, y es para echarse a temblar. Activista, okupa, detenida en alguna ocasión; una fuera de la ley. Y va a dirigir la segunda ciudad del país -mientras ésta pertenezca al país, que ésa es otra-. Su elección es, naturalmente, un reflejo de lo que son sus electores. Ergo, que les aproveche y con su pan se lo coman.

    El curriculum de Manuela parece algo más respetable, a priori. Leyendo su programa (me he leído casi todos los programas políticos estos días, palabra) llama la atención que se compromete a muchos planes… pero a pocos hechos. En cualquier caso, todo lo que huele a extremismo -del extremo que sea- me causa profunda suspicacia y recelo; y el Partido Comunista de España, aparte de caracterizarse más por sus crímenes que sus bondades, no es modelo de eclecticismo.

    Tanto en los programas de la una como de la otra veo muchos ángulos obscuros, algunos sinsentidos, inviabilidades, mucha demagogia y poco sentido común. Pero a la gente que no lee libros ni estudia la Historia le cala la demagogia y la palabrería fácil, le entusiasman las promesas y el ir tirando a corto plazo, viviendo a salto de mata, fieles a nuestro ancestral estilo.

    En Valencia la clave parece tenerla Oltra, que tampoco sabe ni hablar con propiedad. Y lo afirmo después de tragarme un mitin entero, muy a mi pesar, que se celebró en la plaza que hay bajo la ventana de mi casa, con los altavoces atronando hasta la medianoche. Una inculta que no sabe expresarse. No le vendría mal leer a Quintiliano, Demóstenes o Aristóteles. O las Catilinarias.

    Aquí, en Valencia, la tercera ciudad del país, la consigna no es mejorar las cosas, arreglar esto o aquello, desarrollar tal o cual política. La consigna es echar a Rita como sea. Pactando lo que sea. Con quien sea. A cualquier precio. Un precio que, por cierto, pagaremos los ciudadanos.

    O sea, la España de siempre, en la que no hay ideas. Hay odio al rival. No queremos convencer, sino vencer. Y humillando al rival.

    En lo que a pactos se refiere, el colmo de la desvergüenza nos lo trae Esperanza Aguirre, Grande de España, ofreciendo hasta incluso pactar con el PSOE con tal de no perder el poder y agarrarse a una parte de él.

    Y en medio del circo, el no va más del esperpento hispano: Luis Bárcenas acudiendo a una oficina de empleo para pedir prestaciones.

    En fin, no sé de qué me lamento, todo esto era tan previsible como que el lunes seguiría al domingo. Está todo escrito en los libros de Historia, ya ha sucedido todo antes, una y otra vez. Desde Plinio, Heródoto, Apiano y compañía. Esta casa de putas ya la regían las mismas meretrices desde que corrían por la Península Indíbil y Mandonio, quizás incluso desde antes.

    Me consuela pensar que el esperpéntico circo no se financia con mi dinero, hace tiempo que no tributo aquí. También me consuela saber que pronto embarcaré de nuevo y me haré a la Mar, a una Mar que, como una vez tuiteó un colega, «da más olvido que la muerte. Nada de tierra adentro le sobrevive. Es el analgésico perfecto». Como contrapartida, sé que tendré que volver a pasar el bochorno de ser español entre extranjeros, que me volverán a sacar los colores con sus preguntas, fruto de su desconcierto e incomprensión. Y yo, avergonzadísimo, supongo que daré la misma respuesta de siempre, una frase que ya le oía a mi abuelo y que leí a, creo, Galdós: «Para entender España hay que haber nacido aquí».

     Como colofón, las declaraciones de Cayo Lara, que resultan paradigma de lo que somos los españoles: «No hemos ganado nada, pero nos congratulamos de que haya perdido la derecha.»

    Qué español es eso. Qué nuestro. Nos da igual no ganar con tal de que el otro pierda. Con gusto quedamos tuertos de un ojo con tal de dejar ciego al contrario.

    Era de esperar que estas elecciones, en estos tiempos de profunda incultura, insensatez y falta de valores, de desorientación, no fueran a cambiar la tónica nuestra de tres mil años de Historia.

    Al final, como cantaba Julio Iglesias, La vida sigue igual…

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