Leer la prensa por la mañana en vísperas de elecciones es desolador. Ya no sólo por la falta de capacidad de los periodistas, por la pobreza de los textos cuajados de faltas de todo tipo: ortográficas, gramaticales, léxicas. Redactores que no dominan la sintaxis elemental cuando se ganan desvergonzadamente la vida con las palabras. No, no sólo por eso. Resulta desolador, decía, ver el esperpento en el que vivimos en este país desgraciado del que me pregunto, consternado, si habrá sido buena idea regresar a él.
Leo las portadas de tres o cuatro diarios de distinto pelaje, que ofrecen diferentes enfoques o versiones de los mismos disparates, y me invade una mezcla de frustración, rabia y melancolía. No puede ser, me digo, no puede ser. Es imposible. Pero no, ahí están los de siempre, con su sonrisa de suficiencia, relamiéndose ante la perspectiva de otros cuatro años chupando del bote ya sea en el gobierno o en la oposición, que lo mismo da. Hay tarjetas B para todos.
Y lo peor, lo que ya no tiene perdón de Dios, es ver a los otros. A los millones de tontos que mantenemos ahí a los primeros. Porque en otros tiempos no había acceso a la información ni a la educación, o estaba muy limitado. Pero hoy, el que no se cultiva es porque no quiere. Porque la Educación, en Occidente, está al alcance de cualquiera.
El esperpento electoral llega a límites increíbles. Increíbles, o sea, que no se pueden creer. A mí me cuesta. Las declaraciones, la falta de coherencia, de memoria, de cultura. Políticos al nivel de los periodistas, que no saben expresarse, ni combinar palabras o ideas. Los de siempre que seguirán donde siempre. Los advenedizos venidos a más. Los borregos encantados en los mítines. Los cobardes mirando para otro lado en silencio. Y ni una pizca de sentido común. Y ni un atisbo de orgullo honrado. Ni un asomo de vergüenza.
Recorro periódicos, artículos, noticias, fotografías, videos. Y es que no se salva uno. Ni el PP ni el PSOE; ni los que pactarán con ellos llegados al caso, Podemos y Ciudadanos, que en comienzos parecían traer cierta esperanza y ya han demostrado que son los mismos perros con distinto collar. Ni los partidos nazionalistas periféricos que se montan su cortijo y medran gracias a la ignorancia e incultura de los ciudadanos. Ni, por supuesto, los partidos ridículos que lo mismo basan su programa político en una cultura –su concepción de cultura- libre y gratuita (Partido Pirata -Sic.-), o en los derechos de los animales, muy respetables -poca gente ama y respeta a los animales tanto como yo-, pero en mi ignorancia no veo al toro de lidia de Ministro de Exteriores, o a un perrete abandonado de Ministro de Defensa, ni veo que nada relacionado con la defensa de los animales tenga que ver con la Educación, la Defensa, la Justicia, la Sanidad o la Economía, pilares de cualquier Estado; o partidos políticos sin ideología (Partido de Internet); supuestos partidos republicanos que, me temo, no tienen ni idea de lo que es una República -el imperio de la ley-; y otro etcétera de partidos con programas politicos ridículos, o ridículos por su falta de programa político. ¿En manos de quienes estamos, Dios mío?
Sigo hojeando titulares, artículos, fotografías y videos, y el panorama es desolador. Las payasadas de Rita y de Manuela, los caciques autonómicos y municipales, la misma mierda en la que llevamos enfangados treinta siglos.
Y viendo los entusiastas aplausos de nuestros paisanos ante el esperpento del circo electoral concluyo que no tenemos remedio, y recuerdo una vez más a mi abuelo cuando, indignado, sentenciaba con aquellas palabras: «Los españoles tenemos lo que nos merecemos». ¡Qué razón tenía, qué calados tenía a sus paisanos! Pero era un hombre de otra época, y era un hombre instruido. Un marino que leía.
Cierro todas las ventanas de los diferentes periódicos, me siento en silencio junto al balcón, que ya está iluminado por los tibios rayos de sol matinales, y miro a las calles de una ciudad que comienza a despertar. Y me repito que no puede ser, que no es posible. Me esfuerzo, pero no lo comprendo.
¿Para qué ha servido el pensamiento griego, la civilización romana, la cultura islámica, la ciencia de Oriente, el Renacimiento, la Revolución Francesa, el Siglo de las Luces? ¿Para qué han servido tres mil años de Historia empapada en sangre? ¿Es que no hemos aprendido nada en todo este tiempo? ¿Es que no ha servido de nada?