A bordo del Cabo Cee, en la Mar; en los 41º 03’N 010º 05’W.
A 24 de febrero del 2012. Viernes.
A veces utilizo Contra viento y marea, el blog de El Navegante, para echar algunos diablos fuera, como una especie de válvula de escape que permite aliviar la sobrepresión que en ocasiones se arremolina dentro; porque o largo lastre, o reviento. Espero que me sepan disculpar y me permitan desahogarme con ustedes. Hoy es uno de esos días.
Estas últimas semanas las hemos pasado navegando por el norte de España, haciendo una serie de viajes muy cortos por la cornisa cantábrica. Fueron travesías monótonas y aburridas y podría pasarlas por alto sin hacer apenas un par de menciones anecdóticas.
En la primera travesía de Gijón a La Coruña avistamos la Estaca de Bares durante mi guardia de la mañana. Era una mañana gris aunque tranquila. El cielo estaba cubierto de estratocúmulos grisáceos que ocasionalmente descargaban algo de llovizna, habiendo no obstante buena visibilidad. Poco después, aproximadamente frente a Punta Roncadoira, capté una conversación en el canal 16 de VHF. Se trataba de la conversación entre un remolcador de Salvamento Marítimo -llamémosle, para caso, el Alfonso de Llaves– y un velero. Subí un punto el volumen y escuché la conversación.
Desde el Alfonso de Llaves decían al velero que observaban que ya llevaba algo de arrancada, y éste respondía que efectivamente, parecía que iba cogiendo algo de brisa y andar. El patrón del remolcador de salvamento le decía entonces al del velero que iban, pues, a regresar a su base; y le indicaban que apenas unas millas más a Levante -sus palabras exactas fueron, en realidad, “más adelante, a la derecha, detrás de aquel barco mercante”- encontraría el puerto de Burela.
-Ah, ¿sí? Bien, bien… ¿allí tienen muelles para atracar?¿Podré descansar? ¿Tendrán restaurantes o sitios para comer…?- preguntaba el patrón del velero. Del Alfonso de Llaves le respondieron que sí, claro; que allí había de todo. Luego el del velero les explicó su historia -probablemente por enésima vez, aunque yo la escuchaba por primera-. Que le había sorprendido una encalmada ayer y que la corriente le hacía derivar hacia la costa. Y entonces el fulano, asustado, llamó a Salvamento Marítimo. Se quejaba de llevar toda la noche en vela, diciendo estar agotado y por ello queriendo atracar en algún puerto para descansar.
Y toda esta conversación, de no menos de un cuarto de hora, palabra, se mantuvo en el canal 16 de VHF. Es decir, en el canal de radio reservado mundialmente para emergencias marítimas y en el que, por lo tanto, está prohibido mantener conversaciones excepto para efectuar una llamada puntual a otra estación. Es imperativo mantener el canal libre por si alguien necesitara hacer una llamada de socorro, y es obligatorio mantener escucha. Que el pseudo-patrón del velero no lo supiera resulta inadmisible; pero que el patrón del Alfonso de Llaves, de un remolcador del servicio de Salvamento Marítimo, tampoco lo supiera -o que, peor aún, le importara un comino-, clama al cielo. Estuve tentado, tentadísimo, de agarrar el aparato de radio y dar una buena puntilla al patrón de agua dulce que mandaba el remolcador de salvamento.
Pero volviendo al desdichado patrón del velero. Su historia -que conocí a través de la conversación que mantenía con el patrón del remolcador en el canal 16- no tiene desperdicio. Estaba yo tan atónito que derivaba entre el asombro, la indignación, el enfado y las ganas de echarme a llorar en un rinconcito.
El tipo, como ya sabemos, navegaba en un velero. No sé si se trataba de un velero sin motor o que éste se le descaralló. También cabe la posibilidad de que se hubiera quedado sin combustible, es asombroso la cantidad de veces que le sucede algo tan estúpido a los domingueros de la Mar. Entonces se vio en la encalmada y derivando inexorablemente hacia tierra. Le entró el canguelo y llamó a salvamento.
Y yo me pregunto: ¿Acaso el patrón no había comprobado los partes meteorológicos antes de hacerse a la Mar? Ahora es inexcusable no hacerlo, hasta en el teléfono móvil se pueden mirar. Pero si ni aún así, también tiene -o debería- un barómetro y un termómetro a bordo. Y más aún, las costeras emiten boletines meteorológicos unas cuantas veces al día por el VHF. ¿No sabía el tipo que teníamos desde hace dos días un anticiclón estacionario casi encima? Y que, a la vista de su situación y de las isobaras, el viento sería muy escaso y soplaría del Suroeste, debido a la combinación de las fuerzas de presión y geostrófica. Así que si navegaba cerca de una costa tan alta como aquélla, tendría socaire de tierra y no cogería ni una brisa. ¿Qué clase de patrón, más de un velero, no tiene esas cosas en cuenta?
Pero aún en el caso de que uno se viera ineludiblemente atrapado en la encalmada, por ejemplo por una avería en el motor auxiliar, ¿acaso no dispone de un ancla que fondear en caso de verse cerca de costa? O, aún en el muy improbable caso de que hubiera perdido el ancla, ¿no tiene a bordo un cabo y cualquier cosa que pese para aparejar un ancla de fortuna? El fondo es de arena con algunas piedras dispersas y hay menos de veinte metros de sonda hasta una milla de tierra. Sólo tendría que haber fondeado hasta que volviera a soplar viento, pudiendo descansar tranquilamente o acometer la reparación de la avería, de haberla.
Y más aún: ¿qué clase de patrón ignora que hay un puerto unas millas más allá, en el que puede atracar -faltaría más, en un puerto- para descansar, comer o reparar? ¿Qué clase de patrón no se toma la molestia -o precaución- de estudiar previamente los derroteros de las aguas y costas que navega?
Pues éstos son los marinos que navegan alegres, como el capitán pirata de Espronceda, por los mares de Dios. Domingueros que merecen irse al fondo con sus yates, por imprudentes, temerarios y estúpidos, porque ignoran donde están de pie; y patrones de salvamento que desconocen o se pasan por el forro las disposiciones y normativas aplicables a las comunicaciones por radio. O que dan directrices en la Mar -“más adelante, a la derecha, detrás de aquel barco”- como quién indica donde están los baños del bar.
Dan ganas de liar el petate, volverse a tierra y dedicarse a hacer maquetas con cerillas encerrado en un faro solitario.
* * *
Esta noche la ruta que discurre paralela a las costas lusitanas está animada. A nuestro estribor navega un carguero a una velocidad casi igual a la nuestra. Entre ambos pasará un portacontenedores que nos alcanza propulsado a toda máquina a más del doble de nuestra velocidad, lo veo acercarse por la aleta, su sombra obscura perfilada en la noche y sus luces de navegación claras. Los faroles de más de una docena de buques que suben o bajan salpican la línea del horizonte.
Estas zonas de navegación, rutas marítimas en las que se concentra un tráfico intenso, son auténticas pesadillas para los pequeños veleros. A veces no queda más remedio que atravesarlas y entonces, cuando soy yo el que marina el velero, no sé si es mejor o peor que en otras ocasiones sea yo el que va a bordo del mercante. Porque es por eso que soy perfecto conocedor de la laxitud con la que la mayoría de los ‘marinos’ modernos se toman la vigilancia durante las guaridas de navegación, confiando ciegamente en radares y AIS que raramente detectan a las pequeñas embarcaciones como veleros. Y, cuando los ven o detectan, no suelen importarles lo más mínimo; desdeñan a los pequeños veleros, molestos e insignificantes, y raras veces varían su rumbo por ellos.
Ser sabedor de esto hace que uno, navegando en su pequeño velero de once metros, se sienta intranquilo de cojones e iracundo a más no poder. Pero por otro lado es bueno ser consciente de ello; así uno sabe que depende exclusivamente de sí mismo, de su pericia y ojo marinero; y sabe que no puede confiar lo más mínimo en los condenados mercantones que avanzan impasibles e imparables, ajenos a la insignificante presencia de nuestro pequeño velero. Los muy cabrones.
Un velero cruzando una ruta de mercantes es como un erizo cruzando una autopista. A veces un coche los despachurra y no se entera ni Dios.
Aquí puede visitarse el álbum de fotografías tomadas durante mi embarque en el Cabo Cee.